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Escritos literarios

Mis artículos sobre obras de distintos autores.

Continuidad de los parques”, de Julio Cortázar:

una imagen de la literatura y del lector

                                                         

                                                         Por Lina Mundet

 

La creación artística fija de una vez y para siempre su huella en la obra, pero, aunque su mensaje perdure en el tiempo, este no será nunca único e irrevocable. Los signos gráficos de la escritura, cuando se combinan con arte, adquieren dimensiones insospechadas en el desciframiento último de cada lector. El misterio se halla, en el caso de autores de lo fantástico, en el instante del pasaje –que Cortázar señaló como una suerte de ósmosis o succión– cuando el lector siente que su realidad circundante se desdibuja, porque ya está arrojado a aquella otra ribera, mucho más excitante y febril: la isla, la cabaña del monte, el jardín de los senderos, la pecera de los axolotl…

Ese poder hipnótico de la literatura que nos posibilita el acceso a lo otro está en función también de desatar, en quien lee, el desdoblamiento y permitirle vivir, en forma vicaria, otras existencias. Pero la aclimatación del lector en territorios ficcionales solo es factible en aquellas obras cuyos escritores logran suspender su incredulidad –nos dirá Coleridge– y fortificar, al mismo tiempo, la adhesión plena de quien ya es su habitante. Solo así las ficciones se cargan de vitalidad y cumplen su doble misión: evasiva, al brindar un mundo sustitutivo donde poder refugiarse y ser otro; e “insertiva”, al venir a modificarnos el propio con nuevos criterios y valoraciones.

Sea este un buen pórtico para acercarnos a uno de los cuentos más breves de Julio Cortázar, “Continuidad de los parques”, el que abre Final de juego (1956), pero no por ello menos significativo donde la densidad simbólica parece crecer en medio de la compresión lingüística.

 

El fragmento y la totalidad

 

 

                                                         Por Lina Mundet

 

“El zahir”, pieza que pertenece a El Aleph (1949), de Jorge Luis Borges y que tiene estrecha relación con el último cuento de la serie denominado igual que el libro, presenta el problema de la visión reductiva de la realidad, del “perspectivismo” excesivo, de la parte tomada por el todo. La percepción del fragmento así concebida tiende a inmovilizarse y a existir como propuesta de sustitución y aniquilamiento del mundo. Si el aleph posibilita la fantástica contemplación del “inconcebible universo” en un instante único e inefable, el zahir es capaz de convertirse en el pensamiento obsesivo que corroe hasta el insomnio y el delirio. Por un lado, la visión aléphica permite la creación poética en el grado sumo de la perfección, pero por otro, la realidad pertinaz e insomne del zahir atenta contra todo acto artístico, impide el fluir de los símbolos oníricos, esto es: soñar, imaginar, crear... Entonces, la poesía ya no es posible porque entre el creador y el universo se ha interpolado un zahir.

 

 

 

 

 

 

 

 

El descenso a los infiernos                 

 

Por Lina Mundet

 

Antes de traspasar las puertas del Infierno, Virgilio y Dante descubren la dolorosa inscripción de la entrada, y su espíritu se conmueve. El poeta latino, ante el estupor de Dante, pronuncia aquellas palabras duras, despojadas de la piedad que en esos momentos embarga a su discípulo: “Este es el lugar en el cual conviene abandonar toda duda; todo temor está desterrado porque hemos venido al reino de aquellos que han rechazado la Gracia Divina”. Y, con un ademán de invitación y súplica, toma la mano de Dante, reconforta su ánimo con una sonrisa y lo introduce en el mundo de los condenados.

Así comienza para el poeta florentino de descenso a los infiernos, el viaje subterráneo hacia el mundo de las tinieblas, lleno de miserias y horrores. Sabemos que la función de Beatriz, la mujer amada, alta e inaccesible a la que hay que alcanzar es fundamental en el poema. Ella es la portadora de la verdad, objeto último del conocimiento.

Cervantes, maestro de escritores                  

 

Por Lina Mundet

 

Cervantes entendió lo que la palabra idioma significaba desde sus orígenes etimológicos, esto es: ‘identidad’, ‘carácter propio de alguien’, ‘imagen inequívoca de una nación’. Ese bien común, patrimonio de cada uno de los miembros de la comunidad hispánica, le sirvió para componer la obra mayor de la literatura española. Él bien sabía que la lengua es vida en constante renovación y crecimiento, y que por ella se expande la vitalidad que hará que su naturaleza se matice para estar a la altura de los tiempos.

Sabido es que El Quijote tuvo el mismo derrotero del idioma que lo había modelado: ambos pudieron sobrevolar los tramos históricos y quedar indemnes en su legado a la humanidad. Si bien se nos ofrece como novela de aventuras, también aparece como lección de poética y práctica, de consejos y sabiduría, cuyo aprendiz peculiar encarna Sancho frente a un maestro que se preocupa por la exactitud de las expresiones lingüísticas en pos de acertar con el momento apropiado para emitirlas y el tono con que deberán ser pronunciadas.

Instituto Superior de Letras Eduardo Mallea

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